El sentimiento de orfandad es mayor que la primera vez porque ya sabemos que sin Zidane se vive peor. Y porque la salida ha sido tan fría que parece que no le da pena a nadie, especialmente al presidente, que hace tres años mostró un rostro apesadumbrado que no le habíamos visto antes: hasta ese momento, nunca le habían dejado. No tengo claro que la decisión de marcharse del técnico francés haya puesto triste a Florentino Pérez, como si sintiera el alivio de quien sabe que la relación no da más de sí pero no quiere cargar con la culpa de la ruptura.
Igual que Cristiano Ronaldo me parece que ha sido el futbolista que mejor ha entendido una parte importante del carácter deportivo del Real Madrid, su insaciabilidad, Zinedine Zidane es la persona que mejor representa al Real Madrid en su globalidad. Uno sentía calma al saber que el francés estaba al frente del reino de la paz, pues siempre es más fácil llegar a la felicidad si partes de la sonrisa. En los peores momentos de la temporada, cuando el pase a octavos de la Champions corría peligro, el entrenador puso serenidad y sensatez: somos mejores, ganaremos. Sin embargo, desde la directiva llegaron mensajes de ultimátum a través de la prensa. Y aquí hay que hacer un alegato contra la ingenuidad: si varios periodistas con buena relación con el presidente coinciden en la misma información, no se la están inventando. Florentino se puso nervioso y activó su impulso de mal pastelero: la impaciencia saca la masa cruda. No lo ejecutó porque era Zidane, pero conectó la maquinaria mediática a pesar de ser Zidane.
Zidane es un jeroglífico, hay que descifrar las pocas pistas que da. Antes del último partido de Liga le preguntaron si acusaba el cansancio y respondió: “Esta vez no”. Hay otras causas distintas a la de su anterior dimisión: algunos pensamos que entonces entrenador y presidente caminaban en direcciones contrarias en cuanto a la planificación de la plantilla; ahora puede que haya sido una cuestión de desconfianza. Una relación basada precisamente en la confianza desde hace veinte años no tiene sentido sin ella.
La sensación de vacío es inconmensurable. Hay que pasar el duelo y después saber quién vendrá a hacer de padrastro. La herida sentimental solo la podría empezar a cicatrizar el nombramiento de Raúl como nuevo entrenador. Sería una forma de recuperar algo de ilusión después de ver partir a Zidane por la puerta de atrás y con el club despidiéndole con el mismo formato con el que da a conocer las lesiones de los jugadores o las condolencias por la muerte de alguien conocido: un frío comunicado protocolario.
Hace tiempo que el club no acierta con las formas y la posible sanción de la UEFA determinará si tampoco con el fondo. La dimisión de Zidane puede que no sea la única este año. Puestos a quedarnos huérfanos…
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