La pandemia ha trastocado la vida de todos, pero uno de los sectores que más debe estar sufriendo es el de los músicos. No me refiero a los productos de marketing que dicen dedicarse al negocio y no saben ni coger una guitarra, hablo del mucho más nutrido grupo de personas que tienen a la música como profesión, además de pasión.
Y en ese oficio, para que te permita vivir dignamente, tienes que tocar en directo con asiduidad. Mucho más ahora, que ya no se venden discos y esa pata de los ingresos ha sido vampirizada por plataformas de multinacionales que luego reparten migajas a los verdaderos creadores del producto que comercializan.
Actuar es la única salida para tener ingresos recurrentes y las medidas sanitarias han cercenado de raíz durante muchos meses esa posibilidad. Para Alejandro Sanz ese periodo puede servirle para desarrollar una búsqueda interior, para desvariar y soltar gilipolleces en Twitter, pero no es un problema. Para quien se deja la vida en la furgoneta, duerme en pensiones para rentabilizar al máximo cada bolo, come sándwiches de cangrejo en las gasolineras o monta su propio equipo antes de cada actuación es un drama.
Espero que con la vuelta a la normalidad no nos encontremos masacrada la oferta de locales, bares y garitos que se dedican a contratar música en directo, y que poco a poco se recuperen los circuitos habituales y sus programaciones pre-Covid.
Las sensaciones que transmite una buena actuación no las encuentras, ni por asomo, escuchando música grabada o viendo un video de un concierto aunque tenga veinte cámaras.
Y hablo de todo tipo de estilos y niveles, ya sea en el Teatro Real con el final del primer acto de la ópera Turandot, (hay marcas de dedos en las butacas de espectadores sobrecogidos) o saltando con los Stafas en el mítico y tristemente desaparecido Hebe de Vallecas.
Aprovecho la presente para proponer legislación relativa al uso de los móviles en los recintos. Al que levante el brazo con él para grabar lo que puede ver con sus propios ojos, tapando además a los que están detrás, amputación del mismo. Si reincide con el otro brazo, se le cercena una pierna. Si aun así quiere seguir intentándolo por lo menos no reduce visibilidad…
Y ya puestos, un reglamento que desarrolle la ley con duras penas a quienes se pasan todo el tiempo hablando a gritos con el de al lado. O estamos a setas o a Rolex…
Multas serias también para los que no paran de moverse de un sitio a otro. Suelen ser los últimos en entrar y pretenden llegar a pie de escenario arrasando a los demás. Seguro que estos elementos son los que meten el coche en las salidas de carreteras, después de estar uno atascado dos kilómetros. Sanciones que vayan desde escuchar del tirón un disco entero de Melendi hasta cárcel para los más memos.
Raro es el grupo que no ha inmortalizado en sus letras el duro mundo de la carretera y los viajes para tocar allá dónde les llamen. Yo he seleccionado un par de citas de Hendrik Röver, del que juro que no soy agente.
“Todos los días, a todas horas, el rocanrol te exprime y te devora, pero te hace mejor persona.”
“Ayer fue bien, hoy promete, cenaremos langosta probablemente. Si no hay langosta, ¿qué le vamos a hacer? Lomo con queso nos vale también.”
Desde aquí quiero animar a todos a acudir a conciertos en directo y a reflotar un sector tan necesario. Y si es de bandas que tengan como oficio la música, mucho mejor.
A las personas que dedican su esfuerzo a hacer la vida mejor a los demás es justo que les vaya bien. Al menos que les vaya.
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