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Ser de un equipo

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¿Por qué somos de un determinado equipo de fútbol? Cuando mantengo que es un completo accidente sobre el que no tenemos capacidad de decisión, como nacer en un país o en otro, siempre quedo en minoría. Son más los que piensan que el equipo de fútbol al que animamos nos define. He llegado a escuchar que tal o cual persona no podría ser nunca de tal o cual equipo, como si la personalidad estuviera en el origen de la pasión deportiva. Como si la casualidad no estuviera en la esencia misma del hecho. Como si pudiéramos elegir en qué país nacemos.

En la mayor parte de los casos, somos de un equipo por herencia familiar o porque algo (o alguien) nos captó aun antes de tener uso de razón. Nadie reflexiona, ni compara méritos deportivos o morales, para decidir qué equipo será el suyo. Aunque me ruborice un poco incidir en algo tan evidente, no elegimos equipo, sólo cómo vivirlo.

Por eso resulta tan absurdo que las aficiones se constituyan en tribus que presumen de valores que creen distintivos y que solo responden a los tópicos más elementales. En Twitter son miles, quizá millones, los usuarios que se definen por sus militancias deportivas, como si hubieran contraído algún mérito por exponerse a la casualidad. Igual podrían definirse como gente de estatura media, o como rubios, morenos o pelirrojos. Y tan absurdo como eso sería imaginarse mejor que los demás por tener un color de pelo diferente.

Hay innumerables ejemplos. Aquí va uno: decir que los madridistas son arrogantes y los atléticos rebeldes es una simpleza que todavía triunfa. No es el club, sino la victoria, la que fomenta la arrogancia. Son los resultados los que marcan la personalidad de los aficionados y a idénticos resultados todos los aficionados son iguales o muy parecidos. Piensen en las buenas rachas y en las malas. Todos lloramos y reímos igual.

Entiendo que admitirlo rompe, en cierta medida, la teatralidad de la que se rodea el fútbol, esa ficción de la que participamos todos. Sin el pacto de fantasía, el fútbol sería observado como un concurso televisivo. Sin embargo, de tanto en cuanto conviene desnudar al rey. No hay aficionados ungidos por la divinidad, solo por la casualidad.

Se dice que un hombre puede cambiar de mujer, y hasta de familia, pero nunca cambiará de equipo de fútbol. Lo que pretende ser un halago reconoce en el fondo el carácter primate del seguidor con bufanda. La fidelidad a unos principios de cierta elevación (la democracia, la igualdad, la solidaridad), debe ser tomada por un valor reseñable, pero la fidelidad a un equipo de fútbol no es más que una obstinación. El último síntoma de inteligencia —o quizá el primero— sería que los aficionados, en lugar de encerrarse, se abrieran. Vamos a imaginarlo. Un madridista fervoroso de niño amplía su abanico de amistades futbolísticas según va cumpliendo años. Y en el culmen de su madurez llega a disfrutar del buen juego del eterno rival sin que nadie lo tome por un traidor. Es algo así como admitir que Venecia es más hermosa que Madrid sin que eso signifique renegar del afecto a la ciudad que nos vio nacer… por pura coincidencia.

La entrada Ser de un equipo se publicó primero en A La Contra.


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