Servidor no es lo que podríamos llamar un hooligan del fútbol. Ni mucho menos, vaya. De la Gimnástica, por afectos geográficos y recuerdos tardoadolescentes, más que nada. Y culé. Sin pasarme, sin pasión ni sulfuros. Salvo en el grupo de whatsapp de Las Torres, pero es que eso es una puta jungla, háganme caso. Pero vaya, que veo pocos partidos (me puede el tedio), aunque leo mis periódicos desayunando y escucho la radio y esas cosas. Lo que les quiero decir es que si buscan un análisis estrictamente deportivo a la situación del Fútbol Club Barcelona se han equivocado de ventanilla. Los hacen allí, dos pasillos más a la derecha, en el despacho del chico ese sin pelo. No, aquí hablaremos de otras cosas. Ética, nada menos.
Menudo coñazo, ¿eh?
Veamos los hechos. La Real Federación Española de Fútbol, con Luis Rubiales al frente, decide cambiar un torneo de verano por otro de invierno, fijando su sede en Arabia Saudí, que como todo el mundo sabe está al ladito de Entrambasmestas. Lo llaman Supercopa de España, porque ponerle “Venimos a trincar todo lo que podamos” quedaba bastante largo y carente de gancho. Pero eso, que de primeras el invento presenta una pinta horrible para mayor gloria de una Monarquía Absoluta (Fernando VII style) con dólares pero no moral. Que las voces en contra hayan sido pocas, menos y matizadas nos habla muy mucho del concepto que todos tenemos aquí sobre esto del balompié.
Sigamos. Resulta que al Carranza Con Burka (a partir de ahora CCB®) acuden cuatro equipos porque… bueno, no sé muy bien la razón, pero tiene bastante que ver con cosas que se acuñan, gozan de curso legal y existen tanto en metal como en papel. En la segunda semifinal al Barcelona lo elimina el Atlético de Madrid, quedando apeados los culés del gran partido definitivo, el duelo de todos los duelos, el encuentro que dirimirá para siempre quien es el conquistador supremo del CCB® (también me vale el Teresa Herrera Con Velo, si son ustedes del norte). Visto en perspectiva, tropiezo menor. Muy menor. Inapreciable. Solo que a partir de ahí se desencadenan los acontecimientos de forma incomprensible (al menos desde fuera).
Dicen que el Barcelona jugó unos setenta minutos bastante buenos contra el Atlético de Madrid. Yo no lo vi, lo reconozco, porque uno ya no tiene edad de andar a amistosos de jeques. Doy por buenas las informaciones, y corríjanme si no son ciertas. Dicen, también, que el equipo se cayó con todo en el último tramo del partido. Que la imagen (cabizbaja, derrotada) recordó al Mersey y al Tíber. Con la diferencia de que aquello fue un partido completo de desastre, y además era la Champions. No es poco cambio, ¿eh? En cualquier caso esa misma noche se empieza a hablar sobre el posible cese de Valverde. Lo que, objetivamente hablando, parecería una locura. Primero en Liga, clasificado en Champions, sin debutar en Copa del Rey. Vale, había perdido el prestigioso Torneo de la Galleta y la Falta de Derechos Humanos pero como reacción parece excesiva. Desde entonces ha pasado menos de una semana y el resultado final, con todos sus episodios intermedios, lo conocen perfectamente.
Parece claro que el ciclo de Ernesto Valverde al frente del Barcelona acabó un miércoles aciago en Liverpool. Ni ilusionaba, ni tenía la capacidad suficiente para revertir aquella desazón, ni estaba siquiera moralmente preparado para volver a levantarse después de tropezar dos veces con la misma piedra. C´est fini, kaput y esas cosas. Terminar la temporada, darnos la mano y adiós muy buenas, fue bonito mientras duró, no tenemos ninguna palabra en contra del otro. El problema es cuando, de forma aparentemente artificial, se mantiene a Valverde en el cargo. Dicen que si él quería irse y le convenció el presidente, presionado a su vez por los jugadores. Lo que suele ser mal síntoma. Cuando los futbolistas apoyan ciegamente a un entrenador es porque: a) están totalmente convencidos de su mensaje y de que el sacrificio que les exige cada día tiene resultados al final de cada temporada; o b) viven muy cómodamente a su vera. En este caso pareciera que la respuesta es la segunda, aunque vaya usted a saber…
Sería muy osado discutir aquí el fondo de la decisión. Porque carezco (carecemos) de todos los elementos de juicio. Porque, aun en caso de tenerlos, tampoco es menester. Un camino que se escoge, nada que objetar. Pero las formas son otra cosa. Las formas. Qué importantes. Qué poco las valoramos cuando existen, cuánto los echamos en falta al sentirlas ausentes…
Y ahí sí ha fallado el Barcelona. Primero filtrando reuniones con unos y otros. Porque estas cosas si usted y yo las sabemos es porque el club quiere que las sepamos. Les voy a dar una sorpresa… lo que llamamos exclusivas resultan siempre filtraciones. Y las filtraciones son interesadas, buscan un efecto, pulsar reacciones. Vamos que lo de Xavi, Koeman, Pochettino Allegri, la Mula Francis y demás lo ha ido susurrando la institución sobre nuestros dulces oídos (bueno, dejo abierta la puerta a la invención pura y dura de algunos periodistas sin escrúpulos, que haylos… fuera de este, su medio de referencia, pero haylos). Mientras va ocurriendo Valverde escuchaba con su cara de dead man walking. No hubiese sido extraño que se presentase al entrenamiento vistiendo un buzo naranja, vaya. El sainete alcanzó la cima en la tarde del lunes, con ceses, contrataciones en diferido, muecas, comunicados que se retrasan (el Word a veces da problemas, ya se sabe) y la sensación de que a esas alturas de la película al Barcelona lo hubiese entrenado Leticia Sabater con tal de echar al Txingurri.
Las formas, decíamos. Ética a la hora de manejar una situación. El respeto es algo muy curioso. Tardas años y años en ganártelo, para luego ver cómo se marcha en apenas unos segundos. A veces esos momentos de ofuscación se olvidan y queda lo anterior (de Zidane, por ejemplo, apenas se recuerdan sus agresiones, y sí el comportamiento intachable en la mayoría de su carrera) pero son las menos. Es, por tanto, mal negocio andar chamarileando con la educación, precisamente lo que ha hecho el Barcelona desde el gol de Correa. Desde fuera se percibía incluso lo que pareciera cierta inquina personal contra Valverde, como si existieran corrientes subterráneas que desconocemos, como si el cuadro completo se nos hubiera hurtado. No es imposible, aunque descuadraría con la imagen de unos y otros. Sea como fuere, la subasta pública del banquillo blaugrana ha expuesto una imagen desagradable que acarreará consecuencias. No sé si deportivas (tampoco es descartable, porque cualquier competición tiene mucho de estado de ánimo) pero sí al menos simbólicas.
Resulta fácil leer todo esto en clave electoralista. La idea de Bartomeu de fichar rostros, cromos, imágenes para su exposición pública. Le ofreció a Puyol un cargo importantísimo que, tras la negativa del antiguo central, ni siquiera existe ahora en el organigrama, demostrando que lo que buscaba eran rizos y no rendimiento laboral. Con Xavi ocurre algo parecido. O con Koeman, apelando ya a la nostalgia de quienes somos maduritos interesantes. Escudarse detrás del mito puede ser atractivo para el espectador, pero no debe eliminar el hecho de que, en realidad, te estás escondiendo.
Y luego está lo otro. El aroma de la autodestrucción. Parecían olvidados los tiempos en los que el Barcelona era un club ansioso por encontrar una grieta mínima solo para meter ahí el dedo e intentar agrandarla. Esa imagen se marchó a otros equipos (en España el ejemplo más claro es el Valencia, allende los Pirineos pueden preguntar por el AC Milan) y ahora parece volver. No huelga insistir en el asunto: el Barça ha palmado la Copa Paco Arévalo de Arabia, y la reacción fue la misma que si se hubiese caído en octavos de Champions contra el Odense. Eso demuestra nerviosismo, y el nerviosismo nunca es buen negocio, creo.
Así que Valverde está fuera, Setién firma como nuevo entrenador (todos dicen que hasta junio, su contrato cuenta que llegará a 2022) y los chistosos ya han escrito aquello de Setien(e) que ir debajo de una foto de Ernesto. Jiji, jaja. Ninguna mala palabra para el Txingurri en cuanto a comportamiento, actuando muchas veces como portavoz del club en asuntos realmente peliagudos que, por demás, escapaban absolutamente de su control. Educado y correcto. Un par de veces incluso llegó a sonreír, con esa sonrisa tan triste de estar a punto de llorar. El desempeño estrictamente profesional (como entrenador, digo, no en las ruedas de prensa) ya quedó apuntado más arriba. Y, además, no soy quién yo para juzgarlo, que no tengo ni puta idea del asunto (sí, soy el único no entrenador de este bendito país).
Ah, no me pregunten mucho por Setién. Vale, ambos somos cántabros, pero paramos por sitios distintos. Él lo hace por El Sardinero, concretamente, y yo soy más de El Malecón. Además, en contra de lo que usted, como buen urbanita, quiera pensar Cantabria es suficientemente grande como para no conocernos todos. Hay más de una ciudad, y un montón de pueblos. Y no, no salimos a tomar cañas con Revilla todos los sábados. Deberían venir, en serio. Merece la pena.
Pero si se animan guarden las formas, por favor. Cuando las pierdes tardas demasiado en recuperar el buen nombre…
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