Cuando el alpinista George Mallory fue preguntado por la razón por la que escalaba montañas, aun a riesgo de su propia vida, respondió lacónicamente: “Porque están ahí”. No se me ocurre mejor respuesta para explicar por qué los hombres se tocan la entrepierna, en algunas ocasiones con denuedo. Si la primera razón es el insoslayable accidente geográfico, los siguientes motivos se relacionan irremediablemente con la herencia genética y social. Hay que suponer que la primera vez que el hombre primitivo se tocó los genitales fue para protegerlos del entorno inestable: triceraptores, smilodones y otras alimañas. Si los genitales masculinos están en peligrosa situación de vivac es para mantener la temperatura ideal de los espermatozoides, entre 35 y 36 grados centígrados (no confundir con los grados farenheit salvo que haya intención de escalfar los huevos).
La protección intuitiva dio paso a la exploración y, acto seguido, a la proclamación. Las representaciones de falos se convirtieron desde el principio de los tiempos en símbolo de virilidad, fecundidad y dominio, quizá por la dificultad para tallar una vagina al detalle con una piedra de sílex. Según se ha sabido, y el dato cambia la percepción de las obras de Astérix y Obelix, los menhires no son otra cosa que figuras fálicas, igual que los enhiestos monolitos egipcios. El falismo (culto al falo) es común a todas las culturas primitivas y a muchas de las actuales.
Que Víctor Sánchez del Amo haya mostrado (presuntamente) su pene en un vídeo casero no tiene nada de extraordinario desde un punto de vista antropológico. Desde que el machismo es religión dominante es habitual que los hombres hagan exhibición de su virilidad en diferentes formas, casi siempre figurativas y habitualmente lamentables. Existe un falocentrismo lingüístico que algunos se han tomado al pie de la letra. Para denotar destreza nunca han faltado varones que han amenazado con “sacarse la chorra”; la novedad es que ahora muchos lo llevan a cabo con ayuda de la telefonía móvil. El fenómeno (plaga, más bien) se llama sexting y en España un 70% de los jóvenes entre 18 y 20 años lo han sufrido. Como acabamos de ver (intuir) el contagio también afecta a los adultos que han cumplido los cuarenta.
Y ya sabemos que el fútbol es muy receptivo a cualquier tentación. En 2008, Ever Banega, entonces de 19 años, se hizo protagonista por un vídeo en el que, parafraseando a Woody Allen, hacía el amor consigo mismo. Algunos medios disfrutaron tanto con sus titulares como el jugador con su masaje: “El nuevo refuerzo invernal del Valencia ha traído cola”. “El pene de Banega aumenta la crisis valencianista”. “La nueva polémica viene de la mano de Banega”.
El argentino Iván Pillud, que fue defensa del Espanyol, también se convirtió en estrella de las redes por mostrar su pene ante una webcam. El incidente no aportó más que una mínima aclaración; Pillud era perico y no periquito.
Pero volvamos a Víctor. Independientemente de la protección que merece toda intimidad, su gesto parte de un pensamiento profundamente machista y erróneo: la foto de un pene excita o escandaliza a las mujeres, lo que divierte sobremanera a los machos gamberros (ver negro de whatsapp). Y no es así, o no de forma mayoritaria. El error, en este caso, es confundir los mecanismos de la estimulación sexual en hombres y mujeres. El asunto merece otro autor y otro artículo (o una enciclopedia), pero se puede simplificar señalando que las mujeres tienen mecanismo y los hombres no.
La opinión de la sexóloga Jeannette Stern es más técnica: “Muchos hombres sienten una profunda conexión con sus genitales y quieren que la persona que les interesa sexualmente comparta ese interés”.
Lo que parece evidente es que escandalizarse por la visión de un pene (hay 3.700 millones en el mundo), en situación de firmes o descansen, es algo reservado a las mentes más pacatas o incultas. Su presencia es permanente sin necesidad de explicitarla, ya sea en el arte o en los hábitos más cotidianos. En la Antigua Roma se mostraba el digitus impudicus (el dedo corazón) para simbolizar el pene y ahuyentar el mal fario y la costumbre ha llegado hasta nuestros días con otras intenciones y bajo la denominación de peineta, pistola, peseta, higa, etc.
El jeque del Málaga lo desconoce, pero si en algún lugar se ha dado consideración literaria al falo ha sido en tierras malagueñas. El famoso cipote de Archidona sirvió de inspiración al nobel Camilo José Cela, impactado por la historia acaecida en 1971. Mientras en el cine del pueblo se representaba un espectáculo de flamenco, dos jóvenes daban rienda a su pasión volcánica, siendo la erupción tan violenta que la lava alcanzó a varios espectadores que presentaron inmediata denuncia.
En comparación con el episodio relatado, el gesto de Víctor es de una modestia conmovedora y por si hicieran falta atenuantes fue ejecutado con el escudo del club en el pecho. Si lo pensamos bien, tiene más sentido demostrar la fidelidad a unos colores desprendiéndose de los pantalones que de la camiseta.
En definitiva, castigar a Víctor por lo que ha sido una indiscreción ajena es un despropósito. Tan absurdo como penalizarlo por un desliz que no ha hecho sino añadir un miembro al equipo.
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