A finales de los años 70, cuando cruzar el charco era un lujo y no se compraba vía Amazon, un tío mío viajaba mucho a Sudamérica y siempre volvía contando maravillas de los futbolistas brasileños, del ambientazo de las canchas porteñas o de cómo lustraban las botas las defensas charrúas. Una vez, por mi cumpleaños, me trajo tres camisetas de fútbol de Brasil. Una era muy rara y bastante fea (años más tarde supe que era la del Fluminense) y se la regalé a Jorge, mi mejor amigo y el 9 más killer que jamás ha hollado el campo de tierra del colegio del Pilar. Otra era muy bonita, roja y negra a franjas, con un F en grande bordada en el pecho. Esa era la mía.
—Es la del Flamengo, uno de los equipos más populares de Río, y donde juega Zico, que es mil veces mejor que cualquier jugador europeo— me explicó mi tío Manolo.
Me encantó. Y muy orgulloso me la puse para ir a las barracas de feria que se organizaban en Burgos por las fiestas de San Pedro (tiro con corcho, tren de la bruja y maravillosas tómbolas de kilos de caramelos que era más difícil ganar que el Euromillón). Ahí andaba yo cruzando el río destino a la Quinta cuando un señor se me quedó mirando muy fijamente, me paró de malos modos y me gritó: “¡Me cago en la puta Falange y la madre que parió a todos esos cabrones!”. Yo no supe muy bien de que hablaba, pero creo que no era de Zico. Ahí terminó mi idilio con el Flamengo. No me la volví a poner más que para “estar en casa” (concepto algo viejuno).
La tercera camiseta que me regaló mi tío me pareció un poco de niña (estamos al principio de los 80). Era amarilla y verde. La de la selección de Brasil. Por descarte me la lleve a un importantísimo duelo que teníamos contra un grupo de chavales de la urbanización de al lado. Ríete de los Madrid-Barcelona. Nada más aparecer yo con mi amarillo pollo, el entrenador del otro equipo se me acercó…
—Coño, la camiseta de Brasil ¿es auténtica?
—Sí, me la han traído de allí.
—La leche chaval… vaya lujo… Carlos Alberto, Rivelino, Jaizinho, Pelé…
Añadió una retahíla de nombres que me sonaban vagamente. Ahí me di cuenta de lo que era Brasil para el fútbol y para determinadas generaciones. Y claro, me hice de Brasil y de su canarinha (de España también, pero es que solo jugábamos contra Yugoslavia, Rumanía y Chipre).
Y en eso nos plantamos en 1982, un Mundial que no salió bien ni en el sorteo. Un desastre todo y para siempre. España dio pena, los alemanes jugaron a ser trileros, un jeque hizo que se anulara un gol so pena de retirar su selección y Maradona recibió patadas hasta que aterrizó en el aeropuerto de Ezeiza… Pero estaba Brasil. El mejor equipo que se podía soñar, todos dieces en ambos sentidos. Toque, calidad, espectáculo… nunca había visto nada parecido. Enamoraba. En la pandilla no hablábamos de otra cosa. Que si Eder puede meter un córner olímpico, que Sócrates marca los penaltis de tacón, que el mejor es Cerezo que me lo ha dicho mi padre, que si has visto cómo para el balón Zico…
Y llegó el partido contra Italia. Nos valía el empate (qué sistema más absurdo de cruces). Recuerdo que perdíamos 3-2 y en el último minuto, como en una especie de western crepuscular, Zoff se marcó una parada imposible a Zico… nada más y nada menos que a Zico, al Pelé blanco. Ahí murió Brasil, mi Brasil.
Dicen que Brasil a partir de esa derrota decidió imitar a los rocosos y competitivos europeos. Y la samba fue desterrada de su imaginario futbolístico. Y ganaron Mundiales, y tuvieron mediocentros destructivos que maniataban al rival, y laterales velocísimos que ya no eran dieces sino laterales de verdad, y centrales poderosos… También tuvieron equipos con titulares que no hubieran jugado en muchas selecciones europeas. “Mentalidad ganadora”. Sinceramente, no creo hoy en día haya muchos niños que prefieran lucir la amarilla de Brasil antes que la horrible remera del City o de la selección francesa (esa que siempre jugaba bien y palmaba por blanda y cagona). “Mentalidad ganadora”. Dunga en vez de Falcao. Los cojones 33.
—Si los brasileños presentaran dos equipos en un Mundial serían campeones y subcampeones. Su equipo B golearía a cualquier selección europea…
Si mi tío Manolo levantará la cabeza…
Pero yo sigo siendo de Brasil.
La entrada Brasil o el paraíso que ya no es se publicó primero en A La Contra.